¡NO TENGAIS MIEDO!!! YO ESTOY Y ESTARE PARA SIEMPRE CON VOSOTROS! (cf Jn 14, 16-17).

jueves, 9 de junio de 2011

DEBEMOS CREER, CON FE FIRME Y VERDADERA...DE FORMA TOTAL Y ABSOLUTA EN EL ESPIRITU SANTO


OREMOS!!


Ven, Espíritu Santo, y
envía desde el cielo un
rayo de tu luz. Ven, padre
de los pobres; ven dador
de gracias, ven luz de los
corazones. Consolador
magnífico,
dulce huésped del alma.
Descanso en la
fatiga, brisa en el estío,
consuelo en el llanto. ¡Oh luz
santísima!, llena lo más íntimo
de los corazones de tus fieles.
Sin tu ayuda, nada hay en el
hombre, nada que sea bueno.

Lava lo que está manchado,
riega lo que está árido, sana lo
que está enfermo. Doblega lo
que está rígido, calienta lo que
está frío, endereza lo que está
extraviado. Concede a tus fieles
que en Ti confían tus siete
sagrados dones. Dales el mérito
de la virtud, dales el puerto de
salvación, dales la felicidad
eterna.Amen.


Non est abbreviata manus Domini, no se ha hecho más
corta la mano de Dios…

No es menos poderoso Dios hoy
que en otras épocas, ni menos verdadero su amor por
los hombres. Nuestra fe nos enseña que la creación
entera, el movimiento de la tierra y el de los astros, las
acciones rectas de las criaturas y cuanto hay de
positivo en el sucederse de la historia, todo, en una
palabra, ha venido de Dios y a Dios se ordena. La
acción del Espíritu Santo puede pasarnos inadvertida,
porque Dios no nos da a conocer sus planes y porque
el pecado del hombre enturbia y obscurece los dones
divinos. Pero la fe nos recuerda que el Señor obra
constantemente: es Él quien nos ha creado y nos
mantiene en el ser; quien, con su gracia, conduce la
creación entera hacia la libertad de la gloria de los
hijos de Dios.


Por eso, la tradición cristiana ha resumido la actitud
que debemos adoptar ante el Espíritu Santo en un solo
concepto: docilidad. Ser sensibles a lo que el Espíritu
divino promueve a nuestro alrededor y en nosotros
mismos: a los carismas que distribuye, a los
movimientos e instituciones que suscita, a los afectos y
decisiones que hace nacer en nuestro corazón. El
Espíritu Santo realiza en el mundo las obras de Dios:
es —como dice el himno litúrgico— dador de las
gracias, luz de los corazones, huésped del alma,
descanso en el trabajo, consuelo en el llanto. Sin su
ayuda nada hay en el hombre que sea inocente
y valioso, pues es Él quien lava lo manchado, quien
cura lo enfermo, quien enciende lo que está frío, quien
endereza lo extraviado, quien conduce a los hombres
hacia el puerto de la salvación y del gozo eterno.


Pero esta fe nuestra en el Espíritu Santo ha de ser
plena y completa: no es una creencia vaga en su
presencia en el mundo, es una aceptación agradecida
de los signos y realidades a los que, de una manera
especial, ha querido vincular su fuerza. Cuando venga
el Espíritu de verdad —anunció Jesús—, me glorificará
porque recibirá de lo mío, y os lo anunciará. El Espíritu
Santo es el Espíritu enviado por Cristo, para obrar en
nosotros la santificación que Él nos mereció en la
tierra.


Por lo mismo, Dios no quiere esclavos, sino hijos, y respeta nuestra
libertad. La salvación continúa y nosotros participamos
en ella: es voluntad de Cristo que — según las
palabras fuertes de San Pablo— cumplamos en nuestra
carne, en nuestra vida, aquello que falta a su pasión,
pro Corpore eius, quod est Ecclesia, en beneficio de su
cuerpo, que es la Iglesia.


Vale la pena jugarse la vida, entregarse por entero,
para corresponder al amor y a la confianza que Dios
deposita en nosotros. Vale la pena, ante todo, que nos
decidamos a tomar en serio nuestra fe cristiana. Al
recitar el Credo, profesamos creer en Dios Padre
todopoderoso, en su Hijo Jesucristo que murió y fue
resucitado, en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida.
Confesamos que la Iglesia, una santa, católica y
apostólica, es el cuerpo de Cristo, animado por el
Espíritu Santo.
Nos alegramos ante la remisión de los
pecados, y ante la esperanza de la resurrección futura.
Pero, esas verdades ¿penetran hasta lo hondo del
corazón o se quedan quizá en los labios? El mensaje
divino de victoria, de alegría y de paz de la
Pentecostés debe ser el fundamento inquebrantable en
el modo de pensar, de reaccionar y de vivir de todo
cristiano.

No puede haber por eso fe en el Espíritu Santo, si no
hay fe en Cristo, en la doctrina de Cristo, en los
sacramentos de Cristo, en la Iglesia de Cristo. No es
coherente con la fe cristiana, no cree verdaderamente
en el Espíritu Santo quien no ama a su la Iglesia, quien no
tiene confianza en ella, quien se complace sólo en
señalar las deficiencias y las limitaciones de los que la
representan, quien la juzga desde fuera y es incapaz
de sentirse hijo suyo.


OREMOS!!


Ven Oh Santo Espíritu, llena los
corazones de tus fieles y enciende en
ellos el fuego de tu amor.


V. Envía tu espíritu y serán creados


R. Y renovarás la faz de la tierra.


Oh Dios que has instruido los corazones de
los fieles con la luz del Espíritu Santo.


Concédenos según el mismo Espíritu,
conocer las cosas rectas y gozar siempre de
sus divinos consuelos. Por el mismo Cristo
nuestro Señor. Amén.


Revdmo David Falcon_hermano juan pablo CORC


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