¡NO TENGAIS MIEDO!!! YO ESTOY Y ESTARE PARA SIEMPRE CON VOSOTROS! (cf Jn 14, 16-17).

viernes, 18 de marzo de 2011

Lecturas y Homilia del Domingo 2º de Cuaresma 20 de Marzo del 2011

Primera lectura
Lectura del libro del Génesis (12,1-4a):

En aquellos días, el Señor dijo a Abrán: «Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.»
Abrán marchó, como le había dicho el Señor.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 32,4-5.18-19.20.22

R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti

La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.


Segunda lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,8b-10):

Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio.

Palabra de Dios


Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (17,1-9):

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Palabra del Señor


Homilia



          ¿Quién dijo que la Cuaresma es solo un tiempo más bien triste, dedicado a la introspección, al examen de conciencia, a mirar y valorar nuestras faltas, para convertirnos? Al segundo domingo, Jesús nos invita a hacer un alto en el camino, a acompañarle hasta una montala alta y a ver como se transfigura ante nosotros, su rostro como el sol, sus vestidos blancos como la luz.

Tan impresionante debió ser aquella situación que Pedro –siempre el más atrevido- no se le ocurrió más que decir: “¡Qué bien se está aquí!” Y luego añadió aquello de hacer tres tiendas, olvidándose de sus compañeros y de él mismo.

        Debió ser una experiencia impactante. No parece que en ningún momento les causase miedo o temor. Más bien, lo contrario. Escucharon o sintieron la voz de Dios que les invitaba a escuchar la voz de su Hijo, Jesús. Una vez más, la invitación a escuchar y acoger en el corazón la Palabra, que debe ser siempre el centro de la vida cristiana.        

Pero hay un detalle importante. Todo sucedió en una montaña alta. Allí subieron Pedro, Santiago y Juan acompañando a Jesús. Y de allí tuvieron que bajar. Porque la vida sucede en el llano, abajo, en el camino de la vida. De alguna manera, la vida es más larga, más duradera en el tiempo, que la transfiguración. Jesús es sobre todo el maestro que les lleva hacia Jerusalén. Porque sí, todo sucede en el camino hacia Jerusalén. Allí va a haber otra transfiguración relativamente distinta.   

      En la vida de Jesús, a estas alturas, ya han pasado muchas cosas. Han quedado atrás los primeros tiempos de su predicación en Galilea, cuando eran multitudes las que le seguían, cuando hablaba del Reino de Dios en parábolas y curaba a los enfermos y liberaba a los poseídos por el demonio. Algo ha sucedido que ha cambiado el rumbo de una historia que había empezado muy bien. Los que le seguían, los que le escuchaban, pensaban que tenían delante al libertador de Israel, el libertador de todas las opresiones, el que iba a poner fin a todos los sufrimientos y esclavitudes. Pero en un momento determinado (la confesión de Cesarea en los evangelios sinópticos, el discurso del pan de vida en el evangelio de Juan) muchos dejan de seguirle. El grupo de los discípulos se queda reducido a la mínima expresión. Para ser sinceros, ni siquiera están muy seguros de por qué siguen con él.        

Lo que se vislumbra en el horizonte no es precisamente la liberación ni la implantación del nuevo reino de Israel y el fin de la dominación romana. El enfrentamiento de Jesús con las autoridades religiosas de su tiempo no aventura un camino fácil. En Jerusalén hay nubes de tormenta que no presagian nada bueno. Hasta el mismo camino de Galilea a Jerusalén está en cuesta.        

En el medio de ese camino se produce la transfiguración. Es una experiencia tan impactante que Pedro desea quedarse allí para siempre. Le da lo mismo pasar frío o no comer. Cualquier cosa es mejor que volver al camino, que bajar de la montaña para reemprender el viaje a Jerusalén. 

Pero Jesús es perseverante. Sabía que tenía que terminar lo que había empezado y que no hay Pascua de Resurrección sin antes pasar por el sufrimiento, por el dolor, por la muerte. El Reino es de los esforzados. Y Jesús va a dejar la piel para cumplir la voluntad de su Padre. Sólo bajando hasta lo más hondo del dolor humano, podrá abrirse una puerta a la esperanza que no sea ficticia sino real. Le animaba su propia experiencia de Dios, sus días y noches de oración, su convencimiento de que por el Reino valía la pena darlo todo.        

Pero también sabía que tenía que cuidar de sus hermanos, que los tenía que alentar en su camino para que no desfalleciesen, para que hiciesen su propio camino, su propia Pascua y pudiesen alumbrar en sus corazones la verdadera esperanza, la que anima el amor y la entrega de la vida por los hermanos y hermanas.

        Quizá por eso, en medio del camino de Galilea a Jerusalén, los invitó a subir con él a aquella montaña alta y les adelantó un poco de la gloria del cielo.
Quizá por eso hoy nos invita a participar en la Eucaristía y saborear un poco lo que es la fraternidad del Reino, en esos momentos en que todos estamos alrededor de la mesa y, más allá de las diferencias, somos capaces de compartir el pan y el vino y acoger juntos la Palabra y dar gracias al Padre.        

Quizá por eso cada vez que hacemos fraternidad debemos de experimentar un poco la transfiguración, conocer la esperanza a la que Dios nos llama. Saborear por anticipado el banquete del Reino. Y luego, seguir caminando con renovado entusiasmo. Esperanzados y seguros que caminamos hacia un destino real, unico...sentir que caminamos hacia la resurreccion.

El que tenga oidos...que oiga.
Revdmo. David Falcon

Cristo vive!!!

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