Introducción por el Celebrante
Hoy, y durante los días de la Semana Santa, vemos a Jesús en toda su flaqueza humana, tanto como la nuestra, excepto en el pecado; pero también le vemos en su determinación de amor y en su valor para cumplir la misión para la que había venido a este mundo. Finalmente vemos a Jesús en su triunfo: primero en un triunfo muy provisional y frágil cuando la muchedumbre le aclama como Mesías, pero que pocos días más tarde se vuelve contra él; después, en el triunfo definitivo de su resurrección. Vemos cómo él estaba con nosotros en las profundidades de la angustia y la soledad. Podemos comprenderle y sentir como él. Él nos invita a superar todos los miedos, el mal y hasta la misma muerte. ¡Venga, vayamos con él!
¿Cuál es nuestra postura interior?
Hoy, en este Domingo de Ramos, y durante los días de la Semana Santa, vemos a Jesús rodeado de su pueblo que le aclamó agitando palmas; le veremos portando su cruz, muriendo con una muerte ignominiosa clavado en la cruz. ¿Cuál es nuestra postura interior? ¿Con quién o con quiénes nos identificamos? Para nosotros, ¿es Jesús realmente el Hijo de Dios, que murió por nosotros porque nos amaba en extremo? ¿Hasta qué punto cambia nuestra vida, porque le conocemos? Y el próximo domingo de resurrección, ¿nos regocijaremos y le alabaremos como nuestro Señor que nos da vida?
Oración de Bendición de los Ramos o Palmas
Oremos.
(Pausa)
Oh Dios, Salvador nuestro:
Tu Hijo Jesús se dio a sí mismo el nombre de “madero verde”,
porque él es el árbol en el que estamos injertados
de forma que podemos recibir de él la savia de la vida espiritual.
Que estos ramos verdes que portamos en nuestras manos
expresen que estamos unidos a él
y que queremos vivir en él
como el pueblo al que él libera del pecado y al que da nueva vida con amor hacia ti, Dios nuestro, y hacia los hermanos.
Bendice + estos ramos vivos, para que los agitemos
aclamando a Jesús como al Señor
a quien queremos seguir fielmente
en nuestro camino hacia ti, nuestro Dios vivo.
Que él no permita que nos marchitemos como hojas inútiles y secas,
pues él es nuestro Señor y Salvador, por los siglos de los siglos.
El sacerdote rocía los ramos con agua bendita en silencio.
Oración Colecta
Oremos para que sepamos seguir a Jesús
en su camino de servicio.
(Pausa)
Oh Dios y Padre nuestro:
En Jesucristo tu Hijo nos has mostrado
que el camino que conduce a la victoria
es el camino del servicio amoroso
y de la disponibilidad para pagar el precio del sacrificio
mostrando así un amor fiel e inquebrantable.
Danos la mentalidad y la actitud de Jesús,
para que aprendamos a servir como él
y como él amar a los demás sin contar el precio.
Que así lleguemos a ser victoriosos con él,
que es nuestro Señor y Salvador
por los siglos de los siglos.
en su camino de servicio.
(Pausa)
Oh Dios y Padre nuestro:
En Jesucristo tu Hijo nos has mostrado
que el camino que conduce a la victoria
es el camino del servicio amoroso
y de la disponibilidad para pagar el precio del sacrificio
mostrando así un amor fiel e inquebrantable.
Danos la mentalidad y la actitud de Jesús,
para que aprendamos a servir como él
y como él amar a los demás sin contar el precio.
Que así lleguemos a ser victoriosos con él,
que es nuestro Señor y Salvador
por los siglos de los siglos.
Primera lectura
Palabra de Dios Salmo Segunda lectura
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios Evangelio
Palabra del Señor
¿Qué es la Semana Santa para la gente de hoy?
Para muchos un tiempo de descanso y de diversión. Para otros un tiempo para hacer un alto al ajetreo cotidiano y para unos pocos es el tiempo de reflexión sobre Jesús y su obra, sobre su vida y su final, camino de la resurrección. Hoy la Semana Santa se vive en un contexto bien diferente a lo que era antaño, las expresiones de fe son hoy distintas, pero el contenido es el mismo.
La Iglesia nos propone al lado de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, la meditación de su Pasión. Curioso equilibrio que nos da pistas más que suficientes para los cristianos de nuestro tiempo. En realidad la vida de todos los cristianos se mueve siempre entre un Domingo de Ramos y una semana de pasión camino de la resurrección.
Los judíos esperaban un Mesías guerrero; en este día vemos como Jesús entra en Jerusalén como príncipe de la Paz. Si ellos esperaban un Mesías que utilizaría incluso la violencia si fuese necesario, se nos aparece como el Mesías de la Paz.
Estamos en Domingo de Ramos cuando entramos triunfalmente en la vida de los demás. Cuando somos alguien para los otros, cuando el Evangelio no nos resulta pesado de llevar ni inconvenientes sus exigencias. Es Domingo de Ramos cuando todos nos alaban y nos admiran, cuando nuestra vida está llena de un sentido espiritual que es capaz de transmitir algo a los que nos rodean. Pero pronto llega la semana de pasión.
La Pasión y muerte de Jesús nos quiere decir muchas cosas a nuestra vida de cristianos de este momento que nos ha tocado vivir.
La Pasión que nos cuenta san Marcos es la más antigua que existe ya que es anterior a la de los otros Evangelios sinópticos —san Mateos y san Lucas— escritos más tarde.
Comienza el relato con la conspiración para arrestar y matar a Jesús. Le sigue un momento de alegría con perfume derramado y a renglón seguido la traición de Judas, La cena del Señor se continúa con la negación de Pedro desde donde se pasa a la oración en Getsemaní. De la oración pasamos al arresto y de allí al Sanedrín y a las negaciones de Pedro. Pilato y la sentencia de muerte de Jesús le llevan directamente a la crucifixión, a la muerte y a la sepultura. ¿Cuántas veces en nuestra vida sucede lo mismo? De la gloria pasamos a la soledad del dolor , de allí al juicio y del juicio a la propia muerte.
Ningún cristiano puede esperar que toda su vida sea una entrada triunfal en Jerusalén. Tenemos que asumir que también nosotros tenemos momentos de cruz, de muerte e incluso de sepultura. El Evangelio de hoy se detiene aquí, en la sepultura, que es como el interrogante máximo del ser humano. Una sepultura tapada encierra todo el misterio de la vida y de la muerte. De cara a la sepultura nos preguntamos qué sentido tiene la vida y la muerte. Jesús quiso recorrer ese mismo camino para explicarnos y hacernos ver el sentido de la vida y del proyecto que Dios tiene para con los seres humanos.
En tan pocos líneas se nos revela la vida de Jesús como la de un ser humano camino de su hora final pero llevada con una actitud de obediencia al Padre. Ser cristiano es también descubrir lo que Dios quiere para cada uno en cada momento y circunstancia.
Nos quedamos al pie del sepulcro meditando y contemplando el misterio de la muerte en la esperanza de la resurrección.
Y ¿qué es ese morir que Cristo nos pide? El lo determina muy bien cuando nos dice cómo hemos de seguirlo: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo”. Comprender qué significa negarse uno mismo es más o menos simple. Hacerlo es ya más difícil ... pero no imposible. Negarse a uno mismo es sencillamente decirse “no” a lo que uno desea, a lo que uno cree que es lo mejor, a lo que uno cree que es lo más conveniente, a lo que uno cree que es necesario ... cuando eso que uno desea, que uno cree lo mejor, más conveniente y necesario no coincide con lo que Cristo nos dice, nos muestra y nos pide.
Bien están las palmas benditas y la visita a los Monumentos, pero -además de esas devociones- para seguir a Cristo como El nos pide, no nos queda más remedio que “morir con El para vivir con El” (Rom.6, 8).
Lectura del libro de Isaías (50,4-7):
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído; y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído; y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Palabra de Dios
Sal 21,8-9.17-18a.19-20.23-24
R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al verme, se burlan de mí, hacen visajes,
menean la cabeza: «Acudió al Señor,
que lo ponga a salvo;
que lo libre, si tanto lo quiere.» R/.
Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R/.
Se reparten mi ropa,
echan a suertes mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/.
Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel. R/.
R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al verme, se burlan de mí, hacen visajes,
menean la cabeza: «Acudió al Señor,
que lo ponga a salvo;
que lo libre, si tanto lo quiere.» R/.
Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R/.
Se reparten mi ropa,
echan a suertes mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/.
Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (2,6-11):
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos (15,1-39):
C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Él respondió:
+ «Tú lo dices.»
C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:
S. «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti.»
C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:
S. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»
C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
S. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?»
C. Ellos gritaron de nuevo:
S. «¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho?»
C. Ellos gritaron más fuerte:
S. «¡Crucifícalo!»
C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio– y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
S. «¡Salve, rey de los judíos!»
C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: «Lo consideraron como un malhechor.» Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
S. «¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:
S. «A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.»
C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, jesús clamó con voz potente:
+ «Eloí, Eloí, lamá sabaktaní.»
C. Que significa:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S. «Mira, está llamando a Elías.»
C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:
S. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.»
C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
S. «Realmente este hombre era Hijo de Dios.»
C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Él respondió:
+ «Tú lo dices.»
C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:
S. «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti.»
C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:
S. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»
C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
S. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?»
C. Ellos gritaron de nuevo:
S. «¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho?»
C. Ellos gritaron más fuerte:
S. «¡Crucifícalo!»
C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio– y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
S. «¡Salve, rey de los judíos!»
C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: «Lo consideraron como un malhechor.» Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
S. «¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:
S. «A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.»
C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, jesús clamó con voz potente:
+ «Eloí, Eloí, lamá sabaktaní.»
C. Que significa:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S. «Mira, está llamando a Elías.»
C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:
S. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.»
C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
S. «Realmente este hombre era Hijo de Dios.»
Palabra del Señor
HOMILIA
Durante la Semana Santa, la Iglesia celebra los misterios de la salvación realizados por Cristo en los últimos días de su vida, comenzando por su entrada mesiánica en Jerusalén y terminando con su resurrección de entre los muertos.
¿Qué es la Semana Santa para la gente de hoy?
Para muchos un tiempo de descanso y de diversión. Para otros un tiempo para hacer un alto al ajetreo cotidiano y para unos pocos es el tiempo de reflexión sobre Jesús y su obra, sobre su vida y su final, camino de la resurrección. Hoy la Semana Santa se vive en un contexto bien diferente a lo que era antaño, las expresiones de fe son hoy distintas, pero el contenido es el mismo.
La Iglesia nos propone al lado de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, la meditación de su Pasión. Curioso equilibrio que nos da pistas más que suficientes para los cristianos de nuestro tiempo. En realidad la vida de todos los cristianos se mueve siempre entre un Domingo de Ramos y una semana de pasión camino de la resurrección.
Los judíos esperaban un Mesías guerrero; en este día vemos como Jesús entra en Jerusalén como príncipe de la Paz. Si ellos esperaban un Mesías que utilizaría incluso la violencia si fuese necesario, se nos aparece como el Mesías de la Paz.
Estamos en Domingo de Ramos cuando entramos triunfalmente en la vida de los demás. Cuando somos alguien para los otros, cuando el Evangelio no nos resulta pesado de llevar ni inconvenientes sus exigencias. Es Domingo de Ramos cuando todos nos alaban y nos admiran, cuando nuestra vida está llena de un sentido espiritual que es capaz de transmitir algo a los que nos rodean. Pero pronto llega la semana de pasión.
La Pasión y muerte de Jesús nos quiere decir muchas cosas a nuestra vida de cristianos de este momento que nos ha tocado vivir.
La Pasión que nos cuenta san Marcos es la más antigua que existe ya que es anterior a la de los otros Evangelios sinópticos —san Mateos y san Lucas— escritos más tarde.
Comienza el relato con la conspiración para arrestar y matar a Jesús. Le sigue un momento de alegría con perfume derramado y a renglón seguido la traición de Judas, La cena del Señor se continúa con la negación de Pedro desde donde se pasa a la oración en Getsemaní. De la oración pasamos al arresto y de allí al Sanedrín y a las negaciones de Pedro. Pilato y la sentencia de muerte de Jesús le llevan directamente a la crucifixión, a la muerte y a la sepultura. ¿Cuántas veces en nuestra vida sucede lo mismo? De la gloria pasamos a la soledad del dolor , de allí al juicio y del juicio a la propia muerte.
Ningún cristiano puede esperar que toda su vida sea una entrada triunfal en Jerusalén. Tenemos que asumir que también nosotros tenemos momentos de cruz, de muerte e incluso de sepultura. El Evangelio de hoy se detiene aquí, en la sepultura, que es como el interrogante máximo del ser humano. Una sepultura tapada encierra todo el misterio de la vida y de la muerte. De cara a la sepultura nos preguntamos qué sentido tiene la vida y la muerte. Jesús quiso recorrer ese mismo camino para explicarnos y hacernos ver el sentido de la vida y del proyecto que Dios tiene para con los seres humanos.
En tan pocos líneas se nos revela la vida de Jesús como la de un ser humano camino de su hora final pero llevada con una actitud de obediencia al Padre. Ser cristiano es también descubrir lo que Dios quiere para cada uno en cada momento y circunstancia.
Nos quedamos al pie del sepulcro meditando y contemplando el misterio de la muerte en la esperanza de la resurrección.
Concluyendo amados hermanos y hermanas, estos días de la Semana Santa se nos llama a la muerte con Cristo: a sacrificar nuestra vida por El y por lo que El nos dice en su Evangelio. No basta recoger palmas benditas este Domingo de Ramos, no basta visitar a Cristo expuesto solemnemente el Jueves Santo, no basta siquiera pensar en los sufrimientos de Cristo durante la ceremonia del Viernes Santo. Todo esto es necesario ... muy necesario. Pero todo esto debiera llevarnos a imitar a Cristo en esa cruz y en esa muerte que El nos pide para poder salvar nuestras vidas.
Y ¿qué es ese morir que Cristo nos pide? El lo determina muy bien cuando nos dice cómo hemos de seguirlo: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo”. Comprender qué significa negarse uno mismo es más o menos simple. Hacerlo es ya más difícil ... pero no imposible. Negarse a uno mismo es sencillamente decirse “no” a lo que uno desea, a lo que uno cree que es lo mejor, a lo que uno cree que es lo más conveniente, a lo que uno cree que es necesario ... cuando eso que uno desea, que uno cree lo mejor, más conveniente y necesario no coincide con lo que Cristo nos dice, nos muestra y nos pide.
Y ¿por qué es difícil negarse a uno mismo? Es difícil, porque estamos acostumbrados a consentirnos a nosotros mismos, a decirnos que sí a todos nuestros deseos, antojos, supuestas necesidades, apegos, etc. Nos amamos mucho a nosotros mismos; por eso nos consentimos tanto. El mundo nos vende la idea de complacer nuestro “yo”, con cosas lícitas o ilícitas, necesarias o innecesarias, buenas o malas. No importa. Lo importante es hacer lo que uno quiera. Y esto que está tan arraigado en nuestra forma de ser, va en contra de lo que Cristo hizo y nos pide con su ejemplo y su Palabra.
Bien están las palmas benditas y la visita a los Monumentos, pero -además de esas devociones- para seguir a Cristo como El nos pide, no nos queda más remedio que “morir con El para vivir con El” (Rom.6, 8).
HERMANO JUAN PABLO CORC_OBISPO JUAN DAVID FALCON