¡NO TENGAIS MIEDO!!! YO ESTOY Y ESTARE PARA SIEMPRE CON VOSOTROS! (cf Jn 14, 16-17).

sábado, 17 de agosto de 2013

Lecturas y Homilia del Domingo 20º del Tiempo Ordinario - 18 de Agosto del 2013


Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías (38,4-6.8-10):

En aquellos días, los príncipes dijeron al rey: «Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y a todo el pueblo, con semejantes discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia.»

Respondió el rey Sedecías: «Ahí lo tenéis, en vuestro poder: el rey no puede nada contra vosotros.»

Ellos cogieron a Jeremías y lo arrojaron en el aljibe de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. En el aljibe no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo.

 Ebedmelek salió del palacio y habló al rey: «Mi rey y señor, esos hombres han tratado inicuamente al profeta Jeremías, arrojándolo al aljibe, donde morirá de hambre, porque no queda pan en la ciudad.»

Entonces el rey ordenó a Ebedmelek, el cusita: «Toma tres hombres a tu mando, y sacad al profeta Jeremías del aljibe, antes de que muera.»

Palabra de Dios          

 Salmo
Sal 39,2.3;4.18

 R/. Señor, date prisa en socorrerme

 Yo esperaba con ansia al Señor;
él se inclinó y escuchó mi grito. R/.

 Me levantó de la fosa fatal,
de la charca fangosa;
afianzó mis pies sobre roca,
y aseguró mis pasos. R/.

 Me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios.
Muchos, al verlo, quedaron sobrecogidos
y confiaron en el Señor. R/.

 Yo soy pobre y desgraciado,
pero el Señor se cuida de mí;
tú eres mi auxilio y mi liberación:
Dios mío, no tardes. R/.

 Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos (12,1-4):

 Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retiramos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.

Palabra de Dios

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,49-53):

 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»

 Palabra del Señor

 Homilia

 He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!

 ¿Será posible? Cristo vino a traer division en el mundo?...en nuestras familias?!!...Pues pareciera que sí.  Y por más que queramos suavizar ese grave comentario de Jesús, está allí en la Biblia y, y está en el Evangelio de este Domingo.

 “No he venido a traer la paz, sino la división.  De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres.  Estará dividido el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra” (Lc. 12, 49-53).

 ¿Cómo puede ser esto?  ¿No dijeron los Ángeles que anunciaron el Nacimiento del Salvador: “Paz a los hombres” (Lc.  2, 14)?   ¿No nos habló varias veces Jesús de llevar la Paz, de ser pacíficos, etc.?  ¿No nos dijo:  “Mi Paz les dejo; mi Paz les doy” (Jn. 14, 27)?  Ciertamente.  Así nos dijo.  Pero, enseguida explicó:  “La Paz que Yo les doy no es como la que da el mundo” (Mt. 14, 27).

 Entendamos primero amados hermanos y hermanas, la Paz de Jesús no es como la del mundo.  La paz que nos ofrece el mundo es una paz ficticia, incompleta, equívocada, engañosa ... Porque en el mundo las cosas no son como las de Dios.  En el mundo la paz puede ser un balance entre violencias opuestas.  ¿Y eso es Paz?  En el mundo la paz puede ser una serenidad aparente y engañosa, creada por mentiras y omision  ¿Y eso es Paz?  En el mundo la paz puede ser la ley del más fuerte, donde el debil se somete por miedo, cobardia o ignorancia ¿Y eso es Paz? 

La Paz que Cristo nos vino a traer es muy distinta a la del mundo.  Muy distinta. ¡Totalmente distinta! Cristo vino a traer la salvación.  Y la salvación puede trastornar la paz según el mundo, porque hay unos que buscan a Cristo y su causa -la salvación de la humanidad- y hay otros que no.  He allí la división a la cual se refiere Jesús en este Evangelio:  los que están con El y su causa, y los que no están con El y con su causa. 

 Y esa división puede darse en todo un continente, en todo un pais, en todos los estratos sociales, entre las diferentes Iglesias…entre amigos ... o en una familia.  Es verdad que la Fe puede ser factor de unión, pero cuando hay algunos que no la acogen, no la aceptan, puede ser también factor de división.  Muchas veces cuando alguno o algunos responden al llamado de Cristo de seguirlo de verdad, sincera y profundamente como Cristo nos pide, pueden esos seguidores convertirse en “signo de contradicción”  para los demás ... incluso para los más cercanos…nuestras familias… “¡Estás muy fanático!”  “¡Has perdido objetividad!”  “¡Ya no hablas sino solo de Dios!”  “orar en familia?! Te has vuelto loco!!” Y termina por darse el distanciamiento, la separación, la división.

 Ahora bien, ¿quién es el que se está separando?  ¿Quién está causando la división?   ¿El que sigue a Cristo o el que no?

 
El que se divide y causa division es aquél que no sigue a Cristo.  De allí que el seguidor de Cristo se siente apartado de los que no lo están siguiendo.  Y pueden ser amigos, parientes o de la propia familia.  Y esa división significa que alguno o algunos están haciendo lo que es correcto, pues le están siguiendo a El, que es Camino, Verdad y Vida.

 Entonces ... ¿nos quedamos sin familia?  ¿Nos quedamos sin padres, ni hermanos, ni hijos?  La respuesta es otra sorpresa del Señor:  “‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’  E indicando con la mano a sus discípulos, dijo:   ‘Estos son mi madre y mis hermanos’.  Porque todo el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’” (Mt. 12, 48-49).

 La “familia”, entonces, termina siendo quien hace la Voluntad de Dios.  Son todos los que siguen a Cristo en su entrega a la Voluntad del Padre.  Puede ser que en esa “familia” estén incluidos algunos o todos los miembros de mi familia.   Pueda ser que por un tiempo no estén mis familiares y luego más tarde sí.  Lo importante es saber -porque así nos lo dice Cristo- que la familia de Dios, su “familia”, está formada por aquéllos que hacen su Voluntad.  De otra forma, la división es inevitable.

 
En realidad, esta claro hermanos que en este mensaje del evangelio de hoy, no hay contradicción alguna, sino, al contrario, una lógica profunda. Todas las enseñanzas de las semanas pasadas sobre la oración, la verdadera riqueza, la responsabilidad, la fidelidad y el servicio desembocan hoy en la llamada apremiante de Jesús a realizar una decisión radical relativa a su propia persona. Y es que no se pueden reducir aquellas enseñanzas a una “doctrina moral”, sobre “valores” en general, sino que son aspectos y dimensiones de un mensaje real de Verdad y Salvación que se concentra en la persona de Jesús. Por eso, la decisión fuerte a la que nos llama es a elegirlo a él como Señor y Mesías, a hacer de él y del seguimiento de su persona el eje real de nuestra existencia. Se trata de una decisión radical porque no admite medias tintas: si no lo elegimos, entonces lo estamos rechazando…!simple y claro!.

 
Es una elección de fe, pero que se expresa y refleja en todas las facetas esenciales de nuestra existencia: la relación con el prójimo, la existencia consciente y en vela, la responsabilidad y la disposición al servicio. En todas ellas se expresa la actitud de escucha y acogida de su palabra y su persona (de la Palabra encarnada que es su persona), por la que no insertamos en su relación filial con el Padre. La decisión es radical porque, en definitiva, todas estas actitudes se resumen en una: la disposición a dar la vida. Eso es precisamente lo que está haciendo Jesús: una vida consagrada a su Padre y al bien de sus hermanos, y que culmina en un “bautismo”, que no puede no generar tensión y angustia: su muerte en Cruz, el fuego purificador de un amor total que vence al pecado y a la misma muerte.

 Jesús no es un Maestro “blando”, bonachon,  que ha venido a traernos azúcar para endulzar falsamente las durezas de la vida. Realmente cuando edulzamos la imagen que nos hacemos de Cristo, estamos falseándolo, a él y a su mensaje.

 Jesús, Maestro y Mesías, es un hombre de decisiones fuertes, que exige renuncias difíciles. Eligiendo el camino de la Cruz, no eludiendo las dimensiones más duras y oscuras de la vida humana, consecuencia del pecado y del alejamiento de Dios, Jesús está haciendo suyas esas renuncias que suponen rechazar los falsos caminos de salvación, esos que con tanta insistencia se nos proponen cada día: el mero disfrute de la vida, como el único bien posible, y, en consecuencia, la riqueza, el egoísmo, exclusión de los “otros”, y, si vamos mas alla, la violencia como medio eficaz de defensa y autoafirmación.
Muchos de nuestros pastores, sacerdotes y ministros predican una imagen blanda (y falsa) de Jesús y del cristianismo, queriendo evitar todo conflicto por medio de un mensaje hecho a la hechura del interes de cada quien, un mensaje falso, rosa, irreal e imposible, que evita molestar a nadie, existe un pacifismo igualmente blando, el pacifismo de los débiles…que tras el “no a la guerra”, el “no quiero matar” y “la paz a cualquier precio”, deja oír la voz temblorosa que dice: “a mí que no me maten” y “mi vida a cualquier precio”. Aquí la paz significa, más o menos, “que me dejen en paz”, no estoy dispuesto a dar la vida por nada.

 Jesús es el Príncipe de la Paz y si lo es ciertamente, pues de otra manera no habria encarnando el ánimo sereno de morir sin matar o sea el pacifismo de los fuertes. Porque la disposición a dar la vida por la Verdad y el Bien supone un ánimo fuerte y la capacidad de tomar decisiones difíciles, incluso si eso provoca conflictos y riesgos para la propia tranquilidad y bienestar, personal y familiar.
 
De esos conflictos habla Cristo hoy, cuando se refiere a la división y la espada que ha venido a traer a la tierra. La elección de fe, la decisión de seguirle hasta el final implica con frecuencia ir contra corriente, atraerse la enemistad del entorno, pues esas decisiones son, al mismo tiempo, una denuncia difícil de soportar. No es raro escuchar hoy voces prudentes (falsamente prudentes diria yo ¡ cuidado, asi te lo diga un sacerdote!) que nos dicen que no hay que tomarse las cosas tan a pecho, que no hay que exagerar, que hay cosas que todo el mundo hace, que no hay que escandalizar e ir dando la nota y distinguiéndose de los demás. Son invitaciones a adaptarse, a acomodarse, a no ser fiel a uno mismo y a la propia conciencia, sino a seguir los criterios del mundo circundante, dominado por opiniones comunes, con frecuencia vulgares y bajas, dictadas además por intereses mesquinos, escondidos, sucios y por lo mismo nada cristianos.

 Es natural que Jesús hable hoy de fuego, de espada y de división. Nos está llamando a una libertad suprema, capaz de realizar esa decisión de fe, que supone tantas veces romper con el ambiente que nos rodea, caminar contra corriente y afrontar la enemistad incluso de los más cercanos.

 Puede ser que ante una encrucijada semejante sintamos vértigo y temor. Pero tenemos que saber que en este camino no estamos solos: como nos dice el autor de la carta a los Hebreos, una nube ingente de testigos nos rodea, nos da ejemplo, nos ayuda a desembarazarnos de lo que nos estorba (el pecado de egoísmo, de pereza, de vulgaridad, que nos ata) para correr en la carrera que nos toca (precisamente a cada uno, pues cada cual tiene si propio camino y su propia cruz), sin retirarnos, siendo fieles a nuestra auténtica vocación, aunque ello comporte sinsabores, dificultades, incomprensión o conflictos. Uno de esos testigos es el profeta Jeremías, que hizo de su vida entera un testimonio de compromiso con una verdad incómoda, que sus compatriotas no estaban dispuestos a aceptar, seducidos como estaban por falsas seguridades.
 Jeremías fue fiel hasta la muerte en medio de muchas incomprensiones y persecuciones. Jeremías y toda la ingente nube de testigos (todos los patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, todos los santos a lo largo de toda la historia) apuntan a Cristo, que renunciando al gozo inmediato soportó la cruz. Jesús, y con él todos los que dan testimonio de él, nos anima y da fuerza para no temer, pues, como dice de nuevo la carta a los Hebreos, “todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado”, que es lo mismo que decir, que no debemos hacernos los mártires antes de tiempo, pero debemos estar dispuestos a serlo si llegara el caso.

 De todos modos, pueden surgir dudas en nosotros: ¿cómo tomar decisiones, incluso si se trata de la decisión de fe, contra los más cercanos, alejarnos de los que más amamos? A esto hay que oponer que la decisión por la fe y el seguimiento de Cristo, si bien puede resultar conflictiva con el entorno, no es una decisión contra nadie, sino a favor de todos, hasta de aquellos con los que chocamos. Pues quien sigue a Jesús está dispuesto a dar la vida también por los enemigos.
Tomar la decisión de seguir a Jesús es beneficioso no sólo para el que la realiza, sino también para los que se oponen a ella. Por tanto, la decisión radical y difícil a favor de Cristo, de su Palabra y de su persona, es, al mismo tiempo, una decisión a favor de la autenticidad de la propia vida y de los valores que ennoblecen y salvan la vida humana, una decisión que aumenta el caudal de Verdad, Bien y Justicia en nuestro mundo y que redunda en bien de todos, incluso de los que, por los más variados motivos, se oponen a nuestra elección.

 “Aceptó la cruz, sin temor a la ignominia ... Mediten, pues, en el ejemplo de Aquél que quiso sufrir tanta oposición de parte de los pecadores”…
“todavía no han llegado a derramar su sangre en la lucha contra el pecado”.  

(Hb. 12, 1-4)  

Rvdo. Juan Pablo CJDM-Obispo Juan David Falcon


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