¡NO TENGAIS MIEDO!!! YO ESTOY Y ESTARE PARA SIEMPRE CON VOSOTROS! (cf Jn 14, 16-17).

domingo, 12 de agosto de 2012

Lecturas y Homilia del Domingo 19º del Tiempo Ordinario + 12 de Agosto del 2012

Primera lectura
Lectura del primer libro de los Reyes (19,4-8):

En aquellos días, Elías continuó por el desierto una jornada de camino, y, al final, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: «¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!»
Se echó bajo la retama y se durmió. De pronto un ángel lo tocó y le dijo: «¡Levántate, come!»
Miró Elías, y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo: «¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas.»
Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.

Palabra de Dios
 
Salmo
Sal 33,2-3.4-5.6-7.8-9

R/.
Gustad y ved qué bueno es el Señor

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.

Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor,
él lo escucha y lo salva de sus angustias. R/.

El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles y los protege.
Gustad y ved qué bueno, es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.
 
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (4,30–5,2):

No pongáis triste al Espíritu Santo de Dios con que él os ha marcado para el día de la liberación final. Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor.

Palabra de Dios
 
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,41-51):

En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios."
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

Palabra del Señor
 
Homilia
En nuestra sociedad valoramos los gestos y acciones que dan vida. Los periódicos nos citan ejemplos de personas que, perdiendo la vida, fueron capaces de salvar la de otros. También las donaciones de órganos para transplantes esta muy bien visto y es bastante divilgado en nuestra sociedad y es que colaborar a dar vida, a mantener el aliento vital, tiene un significado más que profundo.

En el Evangelio de hoy Jesús nos propone cómo encontrar la vida, pero no sólo la vida física sino la eterna.
En nuestro mundo de hoy la palabra "eterno" no esta bien aceptada. La inestabilidad ambiental hace creer a la gente que nada es eterno.
Dicen que "nada es eterno", que "no existen amores eternos", que "no hay amistades eternas..." Este déficit de eternidad en la visión de las personas quizás viene determinado por no entender bien el concepto. Cuando Jesús dice "Les aseguro que quien tiene fe, tiene vida eterna", nos está diciendo que la fe nos da un sentido profundo a nuestra existencia, que la vida se puede realmente vivir en plenitud.
Muchas personas se han ido acostumbrando a trastear con su vida pensando que la vida es para vivirla a medio gas, sin plenitud. Jesús nos recuerda que nuestra llegada al mundo es para que la vivamos felices, ahora, aquí, y más allá incluso de la propia muerte.

Para comprender esta realidad que Cristo nos plantea necesitamos la luz de la fe. Sin fe no podemos entender infinidad de oportunidades que la vida nos ofrece. ¿Acaso no hacemos actos de fe constantemente en nuestra vida diaria? Subirnos a un avión, un autobus, un taxi para hacer un viaje sin tener la absoluta seguridad de que el pilotoo chofer tenga la suficiente preparación para llevarnos felizmente a nuestro destino, y, sin embargo confiamos... ¿No es un acto de fe el que hacemos cuando vamos a un restaurante y nos ponen la comida y no pedimos garantía de la calidad de los productos...? Y así gesto a gesto diario, hacemos innumerables actos de fe.
La fe a la que se refiere Jesús es a la fe sobrenatural. Si me fío de los seres humanos, débiles como yo, ¿Por qué no me fío del Señor y de su Palabra? Vivir la fe significa hacer una síntesis real y viva entre lo divino y lo humano.

En la mitología griega los dioses vivían lejos de los humanos, hacían su vida diaria a semejanza de las personas. Jesús nos ofrece el verdadero rostro de Dios. Es un Dios con nosotros.
Responder desde la fe significa vivir esas realidades de estos dos mundos, el humano y el sobrenatural, bien definidos en una sola existencia. Es por ello que el auténtico cristiano tiene siempre a Dios en el corazón, la eternidad en la mente, y el mundo bajo los pies... Rechazar el ofrecimiento de Jesús es perderse la vida en este mundo y en el venidero, mientras que el aceptarla es hallar la verdadera vida en este mundo y la gloria eterna en el venidero. A cada ser humano le toca elegir.

Jesús afirma que es "el pan que da vida".

A veces nosotros también confiamos más en nuestros razonamientos que en las cosas “imposibles”, que sólo se entienden y se aceptan en fe. Como la Eucaristía, ese “Pan” bajado del Cielo. A simple vista es una oblea de harina de trigo. Pero en esa hostia consagrada está ¡nada menos! que Jesucristo. Y está con todo su ser de hombre y todo su ser de Dios. Y está para ser nuestro alimento, un alimento “especial”.

Pero para creer hace falta la fe. Cierto que la fe es un don, como nos dice el mismo Jesús: “Nadie puede venir a Mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado”. Pero la fe también es una respuesta a ese don de Dios: “Todo aquél que escucha al Padre y aprende de El, se acerca a Mí”.

Ese alimento que es Cristo en la Eucaristía es muy “especial”, porque no funciona como los demás alimentos. Cuando ingerimos los demás alimentos, éstos son asimilados por nuestro organismo y pasan a formar parte de nuestro cuerpo y de nuestra sangre. Cuando recibimos a Cristo en la Eucaristía, es al revés: nosotros nos asimilamos a El, “nos unimos a El y nos hacemos con El un solo cuerpo y una sola carne” (San Juan Crisóstomo).

Además es un alimento “especial” porque nos da Vida Eterna. Bien le dice Jesús a sus interlocutores: “Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo murieron. Este es el Pan que ha bajado del Cielo, para que, quien lo coma, no muera ... Y el que coma de este Pan vivirá para siempre” . Gran regalo que nos ha dejado el Señor. Ese Regalo es El mismo, para ser alimento de nuestra vida espiritual.

En el Antiguo Testamento hay varias prefiguraciones del Pan Eucarístico, entre ellas las más conocida tal vez sea la del maná. Pero hay un pasaje en la vida del Profeta Elías (1 R 19, 4-8) que también nos recuerda la Eucaristía. Elías estaba moribundo en el desierto. Pero Dios envió un Ángel que lo despertó para darle comida. Y “con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios”.Ese alimento divino que restauró las fuerzas de Elías para realizar esa travesía por el desierto hasta llegar al monte de Dios, recuerda el alimento eucarístico que nos da a nosotros fuerza para realizar el viaje hacia la eternidad, viaje que -por cierto- ya hemos comenzado todos los que vivimos en esta tierra.


En conclusion amadisimos hermanos la Eucaristía es para nosotros los cristianos el sacramento más importante, el central de nuestra vida de respuesta a Dios. Vivir la Eucaristía no es sólo lograr una comunidad de vida, sino una íntima unión con Cristo. El misterio de Dios no se puede conocer midiéndolo con sólo criterios terrenales. Hay que sumergirse en el océano de la fe.
Si cualquier vida necesita alimentarse para continuar, el pan que nos da Jesús es Él mismo. El pan es su misma carne; es el alimento espiritual que mantiene nuestra vida en Él. La Eucaristía es el signo decisivo del amor como entrega que Dios nos tiene. Alimentarnos de la Eucaristía es dejarnos hacer por Dios y vivir, ahora sí, una auténtica vida humana y espiritual en plenitud.


HERMANO JUAN PABLO CORC+OBISPO JUAN DAVID FALCON

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