¡NO TENGAIS MIEDO!!! YO ESTOY Y ESTARE PARA SIEMPRE CON VOSOTROS! (cf Jn 14, 16-17).

sábado, 17 de agosto de 2013

Lecturas y Homilia del Domingo 20º del Tiempo Ordinario - 18 de Agosto del 2013


Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías (38,4-6.8-10):

En aquellos días, los príncipes dijeron al rey: «Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y a todo el pueblo, con semejantes discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia.»

Respondió el rey Sedecías: «Ahí lo tenéis, en vuestro poder: el rey no puede nada contra vosotros.»

Ellos cogieron a Jeremías y lo arrojaron en el aljibe de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. En el aljibe no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo.

 Ebedmelek salió del palacio y habló al rey: «Mi rey y señor, esos hombres han tratado inicuamente al profeta Jeremías, arrojándolo al aljibe, donde morirá de hambre, porque no queda pan en la ciudad.»

Entonces el rey ordenó a Ebedmelek, el cusita: «Toma tres hombres a tu mando, y sacad al profeta Jeremías del aljibe, antes de que muera.»

Palabra de Dios          

 Salmo
Sal 39,2.3;4.18

 R/. Señor, date prisa en socorrerme

 Yo esperaba con ansia al Señor;
él se inclinó y escuchó mi grito. R/.

 Me levantó de la fosa fatal,
de la charca fangosa;
afianzó mis pies sobre roca,
y aseguró mis pasos. R/.

 Me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios.
Muchos, al verlo, quedaron sobrecogidos
y confiaron en el Señor. R/.

 Yo soy pobre y desgraciado,
pero el Señor se cuida de mí;
tú eres mi auxilio y mi liberación:
Dios mío, no tardes. R/.

 Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos (12,1-4):

 Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retiramos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.

Palabra de Dios

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,49-53):

 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»

 Palabra del Señor

 Homilia

 He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!

 ¿Será posible? Cristo vino a traer division en el mundo?...en nuestras familias?!!...Pues pareciera que sí.  Y por más que queramos suavizar ese grave comentario de Jesús, está allí en la Biblia y, y está en el Evangelio de este Domingo.

 “No he venido a traer la paz, sino la división.  De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres.  Estará dividido el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra” (Lc. 12, 49-53).

 ¿Cómo puede ser esto?  ¿No dijeron los Ángeles que anunciaron el Nacimiento del Salvador: “Paz a los hombres” (Lc.  2, 14)?   ¿No nos habló varias veces Jesús de llevar la Paz, de ser pacíficos, etc.?  ¿No nos dijo:  “Mi Paz les dejo; mi Paz les doy” (Jn. 14, 27)?  Ciertamente.  Así nos dijo.  Pero, enseguida explicó:  “La Paz que Yo les doy no es como la que da el mundo” (Mt. 14, 27).

 Entendamos primero amados hermanos y hermanas, la Paz de Jesús no es como la del mundo.  La paz que nos ofrece el mundo es una paz ficticia, incompleta, equívocada, engañosa ... Porque en el mundo las cosas no son como las de Dios.  En el mundo la paz puede ser un balance entre violencias opuestas.  ¿Y eso es Paz?  En el mundo la paz puede ser una serenidad aparente y engañosa, creada por mentiras y omision  ¿Y eso es Paz?  En el mundo la paz puede ser la ley del más fuerte, donde el debil se somete por miedo, cobardia o ignorancia ¿Y eso es Paz? 

La Paz que Cristo nos vino a traer es muy distinta a la del mundo.  Muy distinta. ¡Totalmente distinta! Cristo vino a traer la salvación.  Y la salvación puede trastornar la paz según el mundo, porque hay unos que buscan a Cristo y su causa -la salvación de la humanidad- y hay otros que no.  He allí la división a la cual se refiere Jesús en este Evangelio:  los que están con El y su causa, y los que no están con El y con su causa. 

 Y esa división puede darse en todo un continente, en todo un pais, en todos los estratos sociales, entre las diferentes Iglesias…entre amigos ... o en una familia.  Es verdad que la Fe puede ser factor de unión, pero cuando hay algunos que no la acogen, no la aceptan, puede ser también factor de división.  Muchas veces cuando alguno o algunos responden al llamado de Cristo de seguirlo de verdad, sincera y profundamente como Cristo nos pide, pueden esos seguidores convertirse en “signo de contradicción”  para los demás ... incluso para los más cercanos…nuestras familias… “¡Estás muy fanático!”  “¡Has perdido objetividad!”  “¡Ya no hablas sino solo de Dios!”  “orar en familia?! Te has vuelto loco!!” Y termina por darse el distanciamiento, la separación, la división.

 Ahora bien, ¿quién es el que se está separando?  ¿Quién está causando la división?   ¿El que sigue a Cristo o el que no?

 
El que se divide y causa division es aquél que no sigue a Cristo.  De allí que el seguidor de Cristo se siente apartado de los que no lo están siguiendo.  Y pueden ser amigos, parientes o de la propia familia.  Y esa división significa que alguno o algunos están haciendo lo que es correcto, pues le están siguiendo a El, que es Camino, Verdad y Vida.

 Entonces ... ¿nos quedamos sin familia?  ¿Nos quedamos sin padres, ni hermanos, ni hijos?  La respuesta es otra sorpresa del Señor:  “‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’  E indicando con la mano a sus discípulos, dijo:   ‘Estos son mi madre y mis hermanos’.  Porque todo el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’” (Mt. 12, 48-49).

 La “familia”, entonces, termina siendo quien hace la Voluntad de Dios.  Son todos los que siguen a Cristo en su entrega a la Voluntad del Padre.  Puede ser que en esa “familia” estén incluidos algunos o todos los miembros de mi familia.   Pueda ser que por un tiempo no estén mis familiares y luego más tarde sí.  Lo importante es saber -porque así nos lo dice Cristo- que la familia de Dios, su “familia”, está formada por aquéllos que hacen su Voluntad.  De otra forma, la división es inevitable.

 
En realidad, esta claro hermanos que en este mensaje del evangelio de hoy, no hay contradicción alguna, sino, al contrario, una lógica profunda. Todas las enseñanzas de las semanas pasadas sobre la oración, la verdadera riqueza, la responsabilidad, la fidelidad y el servicio desembocan hoy en la llamada apremiante de Jesús a realizar una decisión radical relativa a su propia persona. Y es que no se pueden reducir aquellas enseñanzas a una “doctrina moral”, sobre “valores” en general, sino que son aspectos y dimensiones de un mensaje real de Verdad y Salvación que se concentra en la persona de Jesús. Por eso, la decisión fuerte a la que nos llama es a elegirlo a él como Señor y Mesías, a hacer de él y del seguimiento de su persona el eje real de nuestra existencia. Se trata de una decisión radical porque no admite medias tintas: si no lo elegimos, entonces lo estamos rechazando…!simple y claro!.

 
Es una elección de fe, pero que se expresa y refleja en todas las facetas esenciales de nuestra existencia: la relación con el prójimo, la existencia consciente y en vela, la responsabilidad y la disposición al servicio. En todas ellas se expresa la actitud de escucha y acogida de su palabra y su persona (de la Palabra encarnada que es su persona), por la que no insertamos en su relación filial con el Padre. La decisión es radical porque, en definitiva, todas estas actitudes se resumen en una: la disposición a dar la vida. Eso es precisamente lo que está haciendo Jesús: una vida consagrada a su Padre y al bien de sus hermanos, y que culmina en un “bautismo”, que no puede no generar tensión y angustia: su muerte en Cruz, el fuego purificador de un amor total que vence al pecado y a la misma muerte.

 Jesús no es un Maestro “blando”, bonachon,  que ha venido a traernos azúcar para endulzar falsamente las durezas de la vida. Realmente cuando edulzamos la imagen que nos hacemos de Cristo, estamos falseándolo, a él y a su mensaje.

 Jesús, Maestro y Mesías, es un hombre de decisiones fuertes, que exige renuncias difíciles. Eligiendo el camino de la Cruz, no eludiendo las dimensiones más duras y oscuras de la vida humana, consecuencia del pecado y del alejamiento de Dios, Jesús está haciendo suyas esas renuncias que suponen rechazar los falsos caminos de salvación, esos que con tanta insistencia se nos proponen cada día: el mero disfrute de la vida, como el único bien posible, y, en consecuencia, la riqueza, el egoísmo, exclusión de los “otros”, y, si vamos mas alla, la violencia como medio eficaz de defensa y autoafirmación.
Muchos de nuestros pastores, sacerdotes y ministros predican una imagen blanda (y falsa) de Jesús y del cristianismo, queriendo evitar todo conflicto por medio de un mensaje hecho a la hechura del interes de cada quien, un mensaje falso, rosa, irreal e imposible, que evita molestar a nadie, existe un pacifismo igualmente blando, el pacifismo de los débiles…que tras el “no a la guerra”, el “no quiero matar” y “la paz a cualquier precio”, deja oír la voz temblorosa que dice: “a mí que no me maten” y “mi vida a cualquier precio”. Aquí la paz significa, más o menos, “que me dejen en paz”, no estoy dispuesto a dar la vida por nada.

 Jesús es el Príncipe de la Paz y si lo es ciertamente, pues de otra manera no habria encarnando el ánimo sereno de morir sin matar o sea el pacifismo de los fuertes. Porque la disposición a dar la vida por la Verdad y el Bien supone un ánimo fuerte y la capacidad de tomar decisiones difíciles, incluso si eso provoca conflictos y riesgos para la propia tranquilidad y bienestar, personal y familiar.
 
De esos conflictos habla Cristo hoy, cuando se refiere a la división y la espada que ha venido a traer a la tierra. La elección de fe, la decisión de seguirle hasta el final implica con frecuencia ir contra corriente, atraerse la enemistad del entorno, pues esas decisiones son, al mismo tiempo, una denuncia difícil de soportar. No es raro escuchar hoy voces prudentes (falsamente prudentes diria yo ¡ cuidado, asi te lo diga un sacerdote!) que nos dicen que no hay que tomarse las cosas tan a pecho, que no hay que exagerar, que hay cosas que todo el mundo hace, que no hay que escandalizar e ir dando la nota y distinguiéndose de los demás. Son invitaciones a adaptarse, a acomodarse, a no ser fiel a uno mismo y a la propia conciencia, sino a seguir los criterios del mundo circundante, dominado por opiniones comunes, con frecuencia vulgares y bajas, dictadas además por intereses mesquinos, escondidos, sucios y por lo mismo nada cristianos.

 Es natural que Jesús hable hoy de fuego, de espada y de división. Nos está llamando a una libertad suprema, capaz de realizar esa decisión de fe, que supone tantas veces romper con el ambiente que nos rodea, caminar contra corriente y afrontar la enemistad incluso de los más cercanos.

 Puede ser que ante una encrucijada semejante sintamos vértigo y temor. Pero tenemos que saber que en este camino no estamos solos: como nos dice el autor de la carta a los Hebreos, una nube ingente de testigos nos rodea, nos da ejemplo, nos ayuda a desembarazarnos de lo que nos estorba (el pecado de egoísmo, de pereza, de vulgaridad, que nos ata) para correr en la carrera que nos toca (precisamente a cada uno, pues cada cual tiene si propio camino y su propia cruz), sin retirarnos, siendo fieles a nuestra auténtica vocación, aunque ello comporte sinsabores, dificultades, incomprensión o conflictos. Uno de esos testigos es el profeta Jeremías, que hizo de su vida entera un testimonio de compromiso con una verdad incómoda, que sus compatriotas no estaban dispuestos a aceptar, seducidos como estaban por falsas seguridades.
 Jeremías fue fiel hasta la muerte en medio de muchas incomprensiones y persecuciones. Jeremías y toda la ingente nube de testigos (todos los patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, todos los santos a lo largo de toda la historia) apuntan a Cristo, que renunciando al gozo inmediato soportó la cruz. Jesús, y con él todos los que dan testimonio de él, nos anima y da fuerza para no temer, pues, como dice de nuevo la carta a los Hebreos, “todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado”, que es lo mismo que decir, que no debemos hacernos los mártires antes de tiempo, pero debemos estar dispuestos a serlo si llegara el caso.

 De todos modos, pueden surgir dudas en nosotros: ¿cómo tomar decisiones, incluso si se trata de la decisión de fe, contra los más cercanos, alejarnos de los que más amamos? A esto hay que oponer que la decisión por la fe y el seguimiento de Cristo, si bien puede resultar conflictiva con el entorno, no es una decisión contra nadie, sino a favor de todos, hasta de aquellos con los que chocamos. Pues quien sigue a Jesús está dispuesto a dar la vida también por los enemigos.
Tomar la decisión de seguir a Jesús es beneficioso no sólo para el que la realiza, sino también para los que se oponen a ella. Por tanto, la decisión radical y difícil a favor de Cristo, de su Palabra y de su persona, es, al mismo tiempo, una decisión a favor de la autenticidad de la propia vida y de los valores que ennoblecen y salvan la vida humana, una decisión que aumenta el caudal de Verdad, Bien y Justicia en nuestro mundo y que redunda en bien de todos, incluso de los que, por los más variados motivos, se oponen a nuestra elección.

 “Aceptó la cruz, sin temor a la ignominia ... Mediten, pues, en el ejemplo de Aquél que quiso sufrir tanta oposición de parte de los pecadores”…
“todavía no han llegado a derramar su sangre en la lucha contra el pecado”.  

(Hb. 12, 1-4)  

Rvdo. Juan Pablo CJDM-Obispo Juan David Falcon


sábado, 3 de agosto de 2013

Lecturas y Homilia del Domingo 18º del Tiempo Ordinario - 04 de Agosto del 2013



Primera lectura
Lectura del libro del Eclesiastés (1,2;2,21-23):

  ¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet; vanidad de vanidades, todo es vanidad! Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave desgracia. Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente. También esto es vanidad.

 Palabra de Dios          

 Salmo
Sal 89
R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

 
Tú reduces el hombre a polvo, diciendo:

«Retornad, hijos de Adán.»

Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó;

 una vela nocturna. R/.

 
Los siembras año por año,

 como hierba que se renueva:

 que florece y se renueva por la mañana,

 y por la tarde la siegan y se seca. R/.

 
Enséñanos a calcular nuestros años,

 para que adquiramos un corazón sensato.

 Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?

 Ten compasión de tus siervos. R/.

 
Por la mañana sácianos de tu misericordia,

 y toda nuestra vida será alegría y júbilo.

 Baje a nosotros la bondad del Señor

 y haga prósperas las obras de nuestras manos. R/.    

 Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (3,1-5.9-11):

Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.

Palabra de Dios          

 Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,13-21):

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.»

Él le contestó: «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?»

Y dijo a la gente: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.»

Y les propuso una parábola: «Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: "¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha." Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida." Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?" Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.»
 
Palabra del Señor       

 Homilía

 Nos dice hoy nuestro amado Maestro Cristo Jesus que tengamos cuidado de no caer en la avaricia "porque la vida y la felicidad no depende del poseer muchas cosas." Muchas veces el afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas hacen de nosotros unos inmensos indigentes que creyéndonos que tenemos mucho nos sentimos interiormente vacíos. Hay gente que tiene la despensa de su casa llena y la cuenta del banco con gran liquidez, pero su corazón está más que vacío…lleno de egoismo, tristeza y desesperanzas.

 ¿Qué es lo que de verdad enriquece a una persona?

 Esta es una de las preguntas claves de la vida.

◦ Hay muchas personas que el valor de su vida lo fundamentan en el tener y poseer, viven con el ansia de tener mas, mas y mas: "Soy y valgo cuanto más tengo." Son personas atadas al consumismo y materialismo más radical.

En la medida que tienen se creen alguien y siempre tienen que tener mas y mejor para creerse que tienen un valor sobre los demas y sienten que solo asi vale la pena vivir. Mientras están ocupados cuidando y acrecentando sus bienes no se da cuenta que la vida pasa y cuando llegan a su casa y colocan lo nuevo que han comprado, a las pocas horas aparece de nuevo la soledad más profunda de su corazón y esperan con ansia que llegue mañana para repetir la misma escena del tener compulsivo del día anterior. Conozco mucha gente que son tan pobres que lo único que tienen es dinero...y mas triste el ver que muchos de ellos son monjes, monjas, sacerdotes, obispos…ministros de culto esclavos del dinero, la comodidad y lo material que pisotean y ensucian la imagen de todo verdadero cristiano y del mismo Cristo…

 ◦Hay otras personas que no están apegadas al tener cosas materiales, pero no son mejores que los anteriores. Estos son más sutiles, más cuidadosos; aparentan mejor el desprendimiento. Viven como si las cosas materiales no tuviesen importancia, pero buscan el sentido de su vida en el saber, en el poder, en el prestigio, en el sexo, en la religión que les da seguridad... Son también formas ocultas de riqueza que buscan los corazones que no se han encontrado con Cristo.

 ◦Hay un tercer grupo que viven aún más desprendido de las cosas materiales y de sus influencias en su vida, pero viven anhelando el tener. Por un lado ven que han dado el paso del desposeimiento, tienen lo justo para vivir, pero esto no les hace felices. Miran a los demás con desconsuelo y envidia, con las ganas de volver atrás en su vida para no seguir el camino que un día alegres emprendieron.

No hay nadie más triste que una persona que un día optó porque nadie ni nada les robara el corazón y el paso de los años les ha hecho caer en la cuenta que esa decisión fue equivocada...y vive frustrado y amargado…

 Jesús nos dice una parábola para darnos a entender cómo debe ser nuestra actitud ante la avaricia. Dice la sabiduría popular que "La avaricia rompe el saco." pero tengan ustedes la seguridad que también nos rompe la vida, el corazon...!Todo!

 Vemos un hombre al que la cosecha material le ha ido muy bien. Quiere almacenar todo para sí mismo. Es un necio porque ha contado sólo con sus propios proyectos. No ha dejado que Dios diga algo en su vida y en su corazón. Su meta después de lograr tantos bienes era descansar, comer, beber y alegrarse y todo ello por muchos años...

 Nuestro hombre lleno de autosuficiencia no se dio cuenta que la felicidad no depende del tener muchas riquezas materiales en el variado catálogo que la vida nos ofrece. La posesión de cosas pueden producir en nosotros anhelos y ansiedades que el corazón humano no puede digerir. Este es el peligro: que el ansia de tener arruine nuestras ganas de ser y vivir.

 No seamos ingenuos. Necesitamos las cosas materiales para poder vivir… ¡!por supuesto que las necesitamos!! Y no es malo tenerlas y ambicionarlas… pero no dejemos que las preocupaciones extremas por ellas nos quiten la paz y el amor interior. Y nos alejen de lo que realmente es bueno y vale una y mil vidas…!El amor de Cristo Jesus!

Por las cosas materiales la gente se enferma, se pelea y hasta llega a matar y morir.

 Conozco personas que tienen muchos millones de pesos en el banco y sin embargo la cuenta de su felicidad está en números rojos.

 Crecer como personas y como cristianos. Tener sentido trascendente y sentido común. Valorar nuestros proyectos y nuestra propia persona. Jesús ha venido a demostrarnos que amandonos y amando las cosas de Dios es como creamos riquezas en el cielo. Perdonen; no estoy hablando solo del cielo de después de la muerte al que estamos llamados. Me refiero tambien al cielo que ya comienza aquí en el encuentro con Jesús y los hermanos.

 San Pablo también insiste en esta idea:  “Busquen los bienes de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios.  Pongan todo el corazón en los bienes del Cielo, no en los de la tierra” (Col. 3, 1-2).

 Y ¿cuáles son esos bienes del Cielo?  Se trata de todas las obras buenas a las que nos invita el Señor a través de su Palabra.  Una de ellas es el ejercicio de la Caridad, virtud que nos lleva a amar a Dios sobre todas las cosas y a amar a los demás como Dios nos pide amarlos.  En la práctica de la Caridad podemos resumir los bienes de allá arriba, porque al final -antes de llegar a la Vida Eterna- seremos juzgados en el Amor.  ¿Hemos amado a Dios -verdaderamente- sobre todas las cosas?  ¿Hemos amado a Dios por encima de cualquier otro bien terrenal?  ¿Hemos puesto a Dios primero que todo y primero que todos?  Y ese Amor a Dios ¿lo hemos traducido en amor a los demás; es decir, en buscar el bien del otro antes que el propio? 

 Todo esto, y aún más, es acumular riquezas para el Cielo.  Las advertencias del Señor sobre los bienes del Cielo y los bienes de la tierra nos deben llevar a examinarnos sobre cómo están nuestros “ahorros” para el Cielo…para la Eternidad.

 El que tenga oidos…que oiga.

 Revdo. Juan Pablo CJDM-Obispo Juan David Falcon.